miércoles, 4 de noviembre de 2009

"SUS" Libros.


“Me dispongo a hablar de mis libros, y en este pronombre posesivo: "mis", quiero que se entiendan incluidos no sólo los libros que yo mismo he escrito a lo largo de mi vida, sino también, y quizá ante todo, los libros que he leído durante toda ella, y desde antes de que mi mano fuera capaz de trazar el papel los primeros esbozos tanteando dar expresión a las fantasías de una infantil imaginación literaria, pues los unos son inseparables de los otros: en el espíritu del escritor la literatura toda constituye un campo estrechamente solidario, y es lo cierto que sin aquellas primeras lecturas mis posteriores escritos no hubieran sido lo que llegaron a ser. Así, pues, las obras de los clásicos son también en cierto modo mías, porque yo me las apropié codiciosamente conforme iba descubriéndolas en las estanterías de mi casa natal para desentrañar como mejor podía sus palabras misteriosas, fascinantes, mal comprendidas con frecuencia.

Por supuesto, la casualidad de que tales libros los de autores clásicos estuvieran a mi pronto alcance fue para mí muy afortunada. Cierto que su a veces ardua lectura hubiera podido resultarme descorazonadora si mi curiosidad no fuese superior a cualquier obstáculo; pero es que, además, esa lectura laboriosa "impropia de mi edad", como se me decía se alternaba con la de toda clase de otros papeles, aun los de calidad más barata, desde los tebeos, que empezaron a publicarse por aquellos años de mi precoz voracidad lectora hasta novelas y novelones traducidos al español, y sobre todo los cuentos imprescindibles del benemérito editor Saturnino Calleja, que siempre me sabían a poco; y estas lecturas más livianas contrapesaban la carga exigente, aunque tan agradable y compensadora, de los autores antiguos. De la intensa felicidad libresca de mis años tiernos conservo vivo el recuerdo visual de los tomos del Quijote editados para el centenario por Navarro Ledesma: sus pastas en rojo y oro rebrillan todavía en mi memoria, como también conserva ella el color de las pastas, éstas verdes con letras negras, de los dos tomos de La Regenta que había en mi casa. Con todo, debo confesar que mi ansia de aventuras encontraba su más placentero recreo en las de Los tres mosqueteros, o en las penalidades luego vengadas de El conde de Montecristo, en las novelas traducidas de Walter Scott, en otras de Ponson du Terrail y en los folletines de Fernández y González, especialmente su Rodríguez de Sanabria y El Pastelero de Madrigal; que marcarían fuerte huella en mi ánimo. Conviene advertir, sin embargo, que estas intrigas novelescas no acaparaban por entero mi atención literaria, pues también solía recrearme en la poesía de Bécquer, del Duque de Rivas y de Campoamor, cuyos versos eran objeto por aquel tiempo, no ya de lectura, sino de memorización y recitado en familia dentro de los círculos de la burguesía.”

Fragmento del discurso que ofreció en la Universidad Carlos III de Madrid el 29 de enero de 2001 con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa.

4 comentarios:

Amio Cajander dijo...

que gran fragmento...
que gran autor...
descanse con la misma serenidad que ha vivido

Almudena dijo...

Qué curioso que lo digas, Amio. Siempre que he escuchado hablar a Ayala he pensado exactamente eso, que transmitía mucha serenidad. Pocas personas tienen ese don.

Besucos.

jose dijo...

Un lector empedernido, y quizá por ello un sabio.

Conozco alguno más por ahí.

Me producen envidia, sana por supuesto.

Almudena dijo...

Si, Jose, por suerte alguno más queda por ahí.

Besucos.