jueves, 30 de junio de 2011

Exceso de peso.

Dentro de muy poco me voy a mi tierruca a pasar unos merecidos y necesitados días de vacaciones con mi familia y ando en un dificilísimo proceso de selección de libros para que me acompañen.

De momento los únicos que tengo claros son los dos que tengo ahora entre manos: “El cementerio de Praga” de Umberto Ecco y unos deliciosos cuentos de Bioy Casares, “Historias de amor”. Como ya están bastante adelantados, necesito otros dos más.

Y ahí le ando dando poniendo paz entre el corazón la cabeza.

- “La puerta de la Luna” de Ana Mª Matute y “España en los diarios de mi vejez” de Ernesto Sabato, me dice el corazón.

- El primero es gordísimo y pesa una tonelada, te van a cobrar exceso de kilos en el aeropuerto, Contesta la cabeza.

- Puedes llevar en el bolso el de Casares y el de Sábato que son formato bolsillo y no abultan, y los otros dos en el neceser de mano, replica el corazón.

- Te vas a romper la espalda y los brazos con el peso, opina la cabeza.

Total que llevo un par de días quitando libros del montón de “pendientes” y volviendo a colocarlos en el mismo sitio donde estaban sin conseguir tomar una decisión. El tiempo, cruel, me presiona.

Está claro que la obesidad o es mala para la salud o es mala para el bolsillo. O para ambas cosas.

¿?  ¿?  ¿? 

miércoles, 29 de junio de 2011

Por la boca muere el pez.

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Me gusta la playa a primerísima hora de la mañana. Suelo llegar a eso de las ocho y media o nueve, como muy tarde, de la mañana. A esa hora el agua está fresquita (en Mallorca el agua del mar nunca está fría), apenas hay gente, el sol no es fuerte y la temperatura es muy agradable.

A la playa llevo lo justo, toalla, libro y unos euros para tomarme una cañita en el chiringuito antes de regresar a casa a eso de las once.

Ayer, comentaba en la oficina que el domingo aluciné con todo lo que algunas personas necesitan para pasar un agradable día de playa. Ya estaba pensando si recoger mis cosas e irme o si quedarme media hora más, cuando llegaron tres parejas que se colocaron a mi lado. Toda la playa vacía y tuvieron que ponerse bien pegaditos a mí. Extendieron tres esterillas, encima, colocaron tres toallas, sobre ellas pusieron tres almohadas (con el logotipo del hotel) y todo esto lo rodearon con dos sombrillas, dos neveras con cervezas (las abrieron varias veces), dos bolsas del supermercado llenas de patatillas y diversas chucherías, tres sillas plegables, una colchoneta inflable, un disco de playa, un balón y una bolsa de lona enorme que no llegué a saber qué demonios contenía pero que tenía pinta de pesar tonelada y media. ¡Espectacular!. Mientras levantaban el campamento les oía hablar, rusos, y no pude evitar pensar: ¡No habrán venido desde San Petersburgo cargados con todo eso! No me quiero ni imaginar la cantidad y tamaño de las maletas.

Les decía a mis compañeros que es increíble la de trastos que mueve la gente en vacaciones. No hay mas que darse un paseo por el aeropuerto y ver cuántas parejas que viajan solas traen una enorme y pesadísima maleta por cada uno sobre las cuales suele ir un neceser, una bolsa de mano y un bolso cada uno. Yo he llegado a ver algún paraguas amarrado a la maleta, que ya me diréis para qué quiere nadie un paraguas en Mallorca en pleno mes de julio. Manías supongo.

La conversación dio para largo y para muchas risas. En medio de la conversación hice un movimiento brusco con la silla y mi bolso se cayó al suelo. Un compañero le recogió y me dice “¡Pero qué llevas aquí! ¿Piedras?”.

“No”, contesto yo con naturalidad. Lo normal: la cartera, un monedero para la chatarra, un libro, el MP3, un estuche con un bolígrafo y un lápiz, los cleanex, cepillo de dientes, cacao de labios, la crema protectora para la cicatriz de la muñeca, tabaco, mechero, el estuche con las gafas de sol, las llaves de casa y las del coche, un cuadernito pequeño, un sacapuntas y un destornillador pequeño de esos de relojero que puedes abrir el mango y dentro tiene diferentes puntas planas y de estrella. ¡Ah! y un pen-drive.

Esto pasó ayer y todavía hoy me miran y se descojonan de la risa.

Cuadro: "El grande al chico".

Artista: Lili Devo.

lunes, 13 de junio de 2011

La dedicatoria de Nati.

Nati, mi cuentacuentos favorita y una amiga muy querida, ha estado preparando esta semana los textos que leerá mañana en el homenaje a Borges que se realizará mañana 14 de junio en la librería Agora.

Me acordé de que tengo repetido “El libro de arena” y envié un mail diciéndole que si le quería se le llevaría a casa. Nati, me dijo que ya le tenía pero que le encantaría que se le llevase el día del homenaje y se le dedicase. En ese momento me pareció una idea estupenda pero… llevo una semana dando vueltas a la cabeza para escribir la dedicatoria y no hay manera. La verdad es que siempre me ha parecido dificilísimo lo de dedicar un libro. No sabéis qué lástima me dan los escritores cuando tienen que presentar un libro y todo el mundo les pide que se le dediquen.

Cuando he regalado un libro, nunca he sentido la necesidad de poner una dedicatoria. Si he regalado uno es porque sé que la persona que le va a recibir deseaba ese libro y no otro, o porque cuando le leí pensé en ella, o porque conozco a la persona lo suficientemente bien como para saber que va a disfrutar leyéndole. Cuando regalo un libro dedico a la persona todo mi cariño.

Esta tarde, al salir del trabajo, una compañera de trabajo me ha regalado una botella de vino, procedente de una bodega familiar, de esas sin etiquetar pero que tiene un vino de una calidad excelente. Sentada en mi mesa de trabajo, saboreando una copa de ese vino, con “El libro de arena” frente a mí y sobre él la pluma Waterman de mi abuelo, he llegado a la conclusión de que el vino no necesita etiqueta y el libro no necesita dedicatoria. Ambos son importantes sencillamente por su calidad y porque han sido regalados con el corazón.

Si los que me leéis desde Mallorca queréis acercaros, mañana en Agora la tarde tendrá la magia de la Poesía y el Tango.

Borges

Tango: "Alguien le dice al tango".

Letra: Jorge Luis Borges.

Música: Astor Piazzola

jueves, 2 de junio de 2011

El regreso a los valores.

Ernesto Sabato hace en su ensayo “La Resistencia” una profunda reflexión sobre la vida y los valores humanos en los tiempos modernos. En apenas ciento veinte páginas, cinco cartas y un epílogo, el escritor nos alerta sobre la necesidad de resistir al individualismo, el culto a uno mismo, el capitalismo, la competencia feroz, la incomunicación con los demás…

Lo pequeño y lo grande.

En esta primera carta el autor medita sobre las cosas sencillas y cotidianas y cómo hemos dejado de valorarlas.

“Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida. Las palabras de la mesa, incluso las discusiones o los enojos, parecen ya reemplazadas por la vida hipnótica. La televisión nos tantaliza, quedamos prendados de ella.

… Muchas veces me ha sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad.”

Los antiguos valores.

La segunda carta nos lleva a recordar la importancia de recuperar antiguos valores como el respeto a ceremonias como la muerte, el desinterés, el saber hacer frente a la adversidad con dignidad.

“Desde la perspectiva del hombre moderno, la gente de antes tenía menos libertad. Eran menores las posibilidades de elección, pero indudablemente su responsabilidad era mucho mayor. No se les ocurría siquiera desentenderse de los deberes de su cargo, de la fidelidad al lugar que la vida parecía haberles otorgado.

Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestros actos que para responder de ellos.”

Entre el bien y el mal.

La tercera carta cavila sobre nuestros mayores y la poca estima que les tenemos. Desde esta reflexión sobre la vejez, Sábato nos lleva a ver la importancia del tipo de educación que enseñamos a nuestros hijos y la influencia que puede llegar a tener en sus vidas.

“…Dejar a esos niños para siempre ahí, en la vereda, en ese universo hechizado. No permitir que las suciedades del mundo adulto los lastimen, los quiebren. La idea es terrible, sería como matar la vida, pero muchas veces me he preguntado en cuánto contribuye la educación a adulterar el alma de los niños. Es verdad que la naturaleza humana va transformando los rasgos, las emociones, la personalidad. Pero es la cultura la que le da forma a la mirada que ellos van teniendo del mundo.”

Los valores de la comunidad.

Varios son los temas que trata el ensayista en esta cuarta carta: el caos de la cultura occidental, las dictaduras, la ciencia usada como arma, la crisis en la concepción del mundo, la histeria y el miedo colectivo, la competitividad que nos individualiza cada vez más para alejarnos de la comunidad.

“Esta crisis no es la crisis del sistema capitalista, como muchos imaginan: es la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre. Para la obtención del dinero, han sido válidos todos los medios.”

“¿Creen que es posible seguir mirando por televisión el horror que padece la pobre gente a la par que la frivolidad ostentosa y corrupta, entremezclada como el peor de los cambalaches? ¿Y así tener hijos que sean hombres de verdad?”

“No podemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por héroe o por criminal?”

La resistencia.

Nos guía un ritmo acelerado y un miedo constante. Nos convertimos en autómatas sin libertad. En la quinta y última carta, Sábato nos pide luchar y resistir luchar en defensa de los pequeños momentos compartidos.

“En el vértigo no se da frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás.”

“El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria.”

Epílogo.

Elijo una sola frase que, opino, resume todo el libro:

“Los valores son los que nos orientan y presiden las grandes decisiones:”

Sinceramente, creo que todo el mundo debería de leer “La Resistencia” y luego meditar serenamente sobre la senda por la que quiere caminar a lo largo de su vida. No es un libro para leer y guardar en las estanterías una vez terminado. Sus páginas crean la necesidad de tenerlas siempre a mano y poder volver a ellas, para compartir mesa y reflexiones.