Este hombre no soportaba la festividad de los Difuntos y evitaba a sus vecinos cuando preparaban las ofrendas a los difuntos. A pesar de que sus vecinos le decían que debía participar de la fiesta y llevar ofrendas a sus antepasados, él prefería encerrarse en casa.
Un año en que las lluvias habían llegado tarde, aprovechando la festividad de los muertos, el hombre aprovechó para trabajar en el campo. Salió de casa al amanecer para evitar a la gente y no tener que escuchar sus reproches por no llevar las ofrendas al cementerio.
Al atardecer, cuando regresaba a su casa, vio a mucha gente que caminaba en fila en su misma dirección. Observó que todos iban muy contentos y que llevaban las ofrendas en su mano. Entonces se dio cuenta de que eran difuntos. Conocía a alguno de ellos: unos ancianos amigos de la familia, unas chicas fallecidas en un accidente, y así más habitantes del Tampamolón que habían fallecido hacía años. Al fina de la fila caminaban sus padres, tristes porque no tenían ninguna ofrenda.
Al ver la tristeza de sus padres, le invadió la angustia por su egoísmo y fue a casa a preparar una ofrenda. Pero ya era tarde. Tendría que esperar al año siguiente para que los muertos regresasen al mundo de los vivos.
Y, cuenta la leyenda Huasteca que, fue tanta la angustia y la culpa del hombre, que a los pocos días murió de tristeza.
Esta leyenda me la contó cuando era pequeña la madre de una amiga. Ella es mexicana y sabe unas leyendas preciosas. Espero que si me visita algún amigo de México sepa perdonarme si no he sido muy fiel a la historia pero era muy niña cuando la oí.
Siempre me ha gustado la manera tan alegre y respetuosa con que tratan a sus muertos. En estos tiempos modernos en que en España se está instalando la, a mi modo de ver, espantosa tradición anglosajona del "jalogüin", envidio cómo conservan sus tradiciones los mexicanos.