Triste acaba el mes de abril. Hoy ha fallecido el gran humanista y excelente narrador argentino Ernesto Sábato.
“Jueves en el café de la vuelta.
Ayer por la tarde, después de volver a corregir una de las conferencias, caminamos unas cuadras y ya con frío entramos a un bar del viejo Madrid. No más pasar la puerta me ensordece el alegre griterío, el humo y las risas que rebalsan el local; con dificultad avanzo hasta sentarnos contra una pared como para tener donde atrincherarme. Es un café típico, quiero decir típico de antes, de cuando lo moderno aún no había hecho estragos en España.
Éste es un reducto anticuado, con mesas de madera y sillas tipo Viena, percheros de hierro y lámparas que parecen de opalina. A un lado, la barra repleta de parroquianos que vociferan a los gritos sus preferencias en el fútbol.
Después de una breve pero ardua lucha con mi carácter molesto, impaciente, nervioso, intolerante, rescaté mi lado observador y me dispuse a gozar de los madrileños en su caldo. Lo primero que sorprende es ver en las mesas a familias enteras, algo impensable en Buenos Aires. Hay abuelos, hijos jóvenes, nietos, sin problemas generacionales ni historias. Todos hablan a la vez y a los gritos.
Los miro y más me doy cuenta de que están todos de fiesta, que la vida es para ellos una fiesta, podrían decirme: “vea tío, mejore la cara, pues, aquí se viene a celebrar”. Y me río al pensarlo, tan distintos de mí, ¡tan distintos de mi educación severa! ¿Quién de nosotros se hubiera atrevido a hablar y reír sin reparos delante de nuestro padre?
Hay marcas que son estigmas. Durante mi infancia era sonámbulo y tenía permanentes pesadillas; con los años, con vergüenza y dolor, reconocí que la pesadilla consistía en verme sentado, a solas, con mi padre. ¿Quién hubiera osado reírse de él, o tocarle un papel, o aunque más no fuera a hacerle una pregunta personal? Así me crié hace muchos años.
Volví a mirarlos a ellos, a estos madrileños que gritan y se ríen, como corresponde al auténtico sentido de fiesta, todos juntos, nadie se molesta, podría decirse que todos son un mismísimo ruido.
Miro cómo se tocan, se gritan, se abrazan. Y pienso si esta manera de ser celebratoria, festiva, no es una de las tantísimas riquezas que España debe a los musulmanes, quienes no tienen una experiencia cerrada de “lo privado”, bien separada de “lo público”, como nosotros, occidentales. (Por eso en España son tan distintos los andaluces, los vascos, los catalanes.)
Los miro con envidia de la buena. El sentido crítico, el miedo al ridículo, al papelón, me han privado desde siempre de esta natural cofradía familiar, amistosa. De una experiencia así, tan valiosa. Por un momento pienso si no podría pedirles a alguno de ellos que nos inviten a su mesa; y es seguro que lo harían.
Finalmente me puse a escuchar lo que se decían unos a otros que, como dije, es cosa por lo demás accesible, más bien lo difícil es evitar oírlos. De inmediato comprobé que los madrileños en las mesas no discuten “ideas” en el sentido serio, grave de la palabra, la de ellos no es una reunión en torno al “ágora”, esa pretensión tan porteña, sino en torno a lo bueno de cada día.
No para discutir o arreglar el mundo, sino para hablar de ellos, de la gente, de sus cosas cotidianas."
"España en los diarios de mi vejez" – Ernesto Sábato.
Queda usted en el diario de nuestra memoria, Don Ernesto.