martes, 14 de diciembre de 2010

Decoración navideña.

Antes que nada pido disculpas por el retraso pero esta semana voy un poco loca.

Aunque el año anterior habíamos guardado los adornos con sumo cuidado en la más que vieja caja de madera que en su día contenía botellas de vino, alguna fuerza misteriosa había vuelto a enmarañar de nuevo las bolas, estrellas, espumillón, figuritas varias y luces. Por lo tanto antes que nada había que armarse de paciencia para ir separando cada cosa con mucho cuidado para no romper nada. Sobre todo las bolas de mil colores que eran de “mírame y no me toques”. En la operación desenredo el suelo se iba llenando de trocitos de papel brillante y purpurina de mil colores que, como no parábamos quietos dos segundos, íbamos esparciendo poco a poco por toda la casa.

Cuando, por fin, conseguíamos ganar la batalla al enredo navideño mi madre nos iba dando cosas y nosotros las repartíamos por todos los sitios posibles. El sentido de la decoración no importaba en absoluto, de lo que se trataba era de colocar como fuese desde el primer adorno hasta el último. Había espumillón rodeando los marcos del espejo de la entrada y los de los cuadros del salón, bolas colgando de las lámparas, el frutero de cerámica de la cocina dejaba de serlo para convertirse en un “¿precioso?” centro de Navidad lleno de más espumillón y más bolas, y con unas plantillas de cartulina y un bote de spray que contenía nieve de mentiras hacíamos dibujos de estrellas en las ventanas.

Había adornos por los sitios más insospechados. ¡Madre mía! Aún recuerdo aquella horrorosa figura de Lladró (una china paliducha, regalo de algún enemigo despiadado de la familia) que había en el mueble de la entrada. Además del gorro de lana que mi padre llevaba a trabajar y que siempre acababa encima de su cabeza, nosotros le poníamos una bufanda de espumillón verde tan larga que teníamos que darle dos vueltas para que no colgase por encima del mueble. Menos mal que en mi pueblo no hay embajada de China porque hubiésemos tenido un serio conflicto internacional.

En casa nunca se puso el árbol de Navidad porque mis padres tenían claro que eso “no era nuestro”, “lo nuestro” era el Nacimiento. A pesar de todo el ficus del salón no libraba. Mi madre que estaba orgullosa de su precioso ficus nos dejaba cubrirle de adornos y luces (el pobre tenía la mala suerte de estar situado cerca de un enchufe) hasta que quedaba absolutamente irreconocible. Por lo tanto en casa se ponía el Ficus de Navidad.

Cuando ya no quedaba nada más que colgar, ayudábamos a mi madre a recoger las cajas vacías y las guardábamos todas debajo del Nacimiento y, para que no se viesen e hiciese feo se rodeaba con una sábana que sujetábamos con chinchetas al borde del tablero y que, a su vez, se tapaban con las últimas tiras de espumillón reservadas para ello.

¡Ah! y he olvidado decir que toda esta tarea amenizada con unos alegres villancicos que sonaban a todo trapo en el radiocasette y a los que hacíamos los coros como auténticos profesionales.

Y una vez terminadas las felices tareas de poner el Nacimiento y adornar la casa, todo estaba listo para pasar unos entrañables días de familia y amigos.

36

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta el relato. Y el perro final, también. Ja, ja, ja, ja...

Un muxuku y feliz Navidad, Anjanuca, preciosa.

Cantares dijo...

Que delicia leerte!

Hace años que no adorno la casa pero me recordaste que dentro de la caja donde guardamos esos adornos hay algún duende que juega y enmaraña todo jaja
Precioso.
Besos

Balovega dijo...

Hola y buenas noches Anjanuca...

Un precioso relato de la navidad familiar, recuerdo algo parecido en casa, sin embargo no había nacimiento, era el árbol el que poníamos, recuerdo que lo pasaba estelar colgándole bola, adornos, etc. y luego mi hermano me llevaba a la calle a ver los tenderetes de navidad y las luces.. lo pasaba .. ufff... que bellos recuerdos...

Me ha gustado mucho niña.. besotes miles y bello amanecer

Almudena dijo...

Uy Anderea, tendría que preguntar a mi madre para estar segura pero yo diría que el perro también llevó alguna corbata de espumillón en alguna ocasión.

Cantares ¿Y recuerdas el tiempo que llevaba soltarlo todo? El duende hacía un trabajo concienzudo.

Balo, nosotros como éramos de un pueblo chiquito no teníamos tenderetes pero mi madre nos llevaba a Santander al mercadillo navideño de la Plaza Porticada.

Besucos a las tres.