Y por fin nos íbamos.
Mi padre encabezaba la expedición y nosotros le seguíamos como corderos. De camino los consejos: “mirad donde pisáis, si hay una alambrada primero paso yo y luego vosotros de uno en uno y con cuidado, ojo con las piedras que están húmedas y resbalan…” Y nosotros, si a todo aunque a la hora de la verdad era como si mi padre hubiese hablado al viento.
Antes de comenzar la aventura había que atravesar algún que otro “prao” vallado con estacas y alambre de espino para que no se saliese el ganado. Mi padre era el primero en pasar. Buscaba un lugar del vallado junto a una piedra, apoyaba una mano en su vara de espino y con la otra sujetaba con cuidado el alambre y cruzaba al otro lado. Una vez pasada la frontera, pisaba la alambrada para bajarla hasta nuestra altura y que pudiésemos pasar. Cruzábamos los “praos” con cuidado de no molestar a las vacas que, a pesar de ser el animal más tonto y torpe que conozco, hay que ver lo feo que miran. Recuerdo una vez que estaba tan pendiente de cómo me miraban las vacas que no me di cuenta y pisé en un sitio que estaba demasiado encharcado y dejé la katiuska atrás (me quedaban grandes, ya he dicho que los calcetines nunca acababan de llenarlas) y metí el pié en una boñiga. Lo peor, el cachondeo posterior.
Ya en la falda del monte, nuestra impaciencia nos obligaba a coger el primer musgo que veíamos y mi padre siempre nos decía: “esperad un poco que ese es feo. Vamos un poco más arriba que el otro día cazando vi una zona donde hay unos tapines grandes y muy bonitos.” De camino, como buen cazador y amante de la naturaleza, mi padre nos iba descubriendo cosas:
- Mirad ahí arriba.
- …
- ¿No lo veis?
- …??
- A ver, mirad bien ¿qué es?
- Un árbol.
- Ya ¿pero no veis nada en el árbol?
- Hojas.
- ¡Ramas!
- ¡Un nido! ¿pero no le veis?
- ¿dónde? ¿dónde?
- Ahí arriba, en la rama de la derecha.
Y acabábamos diciendo que sí para no perder más tiempo, pero la verdad es que… En fin, que yo nunca fui capaz de ver un nido entre tanta rama, hoja, enredadera…
Lo peor era cuando uno de mis hermanos sí que veía el maldito nido y mi padre preguntaba qué pájaro le había hecho. O cuando nos señalaba una plantita y nos preguntaba qué árbol era, o cuando en el camino se cruzaban huellas y pretendía que supiésemos que eran de un jabalí… ¡Pobre papá! Siempre llegaba a la conclusión de que tanto esfuerzo para darnos estudios y al final le habíamos salido tontos. Tres niños de pueblo y no sabían distinguir una vaca de una oveja. Esto para un hombre que cuando fui a la universidad me dijo: “Cuando te pregunten de dónde eres diles que de pueblo, que es el mejor sitio de donde se puede ser”, debía de ser una gran decepción.
Y por fin llegábamos al lugar prometido. Y sí, como casi siempre, mi padre tenía razón. El musgo era más verde, más bonito, los tapines que arrancábamos eran mucho más grandes. Lo que más recuerdo de ese momento era el olor. El olor del musgo es algo que me encanta. Me encantaba y aún sigue encantándome arrancar un tapín y acercármele a la nariz para olerle. ¡Qué rico olor!
Una vez llenas las bolsas, vuelta sobre nuestros pasos a cruzar prados con vacas mal encaradas y saltar vallas de alambre de regreso a casa.
Al llegar a casa, lo primero era extender el musgo en el garaje para que se secase (si no estropeaba las figuras del Nacimiento que eran de barro) y luego, ducha, ponernos ropa seca y a hincarle el diente a un buen bocadillo de chorizo (no os imagináis el hambre que da el monte) y a contarle a mi madre toda la aventura.
Hay que esperar a que el musgo seque así que el nacimiento lo pondremos pasado mañana.
(Vale, lo confieso. Es que mañana tengo una cena y no podré pasarme por estos lares.)
Foto: Río Saja a su paso por Los Tojos. Los colores de otoño en mi tierruca.
5 comentarios:
Que disfrutes la cena, Anjanuca.
Esperando el próximo capítulo.
Un musutxu.
Estamos impacientes,nada de ir a cenar,acaba el relato :)))))).
Un abrazo
Que tierno tu relato, la foto es una maravilla, a mi me encantan los colores del otoño.
Un beso grandote con aroma de campo y musgo
Lo haré Anderea.
Jose Manuel, yo con hambre no tengo sentimientos así que mejor lo dejamos para mañana ¿vale?
El otoño de mi tierra es como la paleta de un pintor Cantares. Y el olor de la tierra mojada y el musgo son los olores de mi gente.
Besucos.
Que lujo de foto Anjanuca.
Un besuco.
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