Ausencia.

Situado al fondo de un callejón oscuro y sucio de la ciudad, el club “Los Mareados” se había puesto de moda. La tenue luz de las velas que decoraban las mesas daba un carácter acogedor y misterioso al ambiente. Desde su apertura, el local se había convertido en refugio de cronistas, escritores, pintores, músicos, actores, faranduleros, bohemios y algún que otro sinvergüenza.

Entre cocktails, copas de cognac francés, champagne y whiskys de malta, el público aplaudía y hacía sus peticiones a la gran orquesta “Cuarto Menguante”. Todas las mesas excepto una, la que estaba situada en la esquina izquierda, junto al piano, estaban llenas.

Faltaban cinco minutos para la media noche cuando el pianista hizo la señal. El barman cogió la bandeja y se dirigió hacia la única mesa vacía. Colocó el posavasos, encima la copa de pie alto y sirvió el vino. Viña Tondonia del 70, su preferido.

A las doce en punto la orquesta comenzó a tocar “Amado mío”. Sentado al piano, Alexando, miró a hacia la mesa con tristeza y cerró los ojos para verla. Del teclado emanaban notas de amargura, dolor y nostalgia por la ausencia. Sabía que tampoco hoy vendría. Aun así, él seguiría esperándola toda las noches.