domingo, 25 de abril de 2010

El peligro de los cuentos.

Para quienes tenemos el sentido del humor bastante desarrollado, el Ministerio de Igualdad es una gran fuente de carcajadas. Lo último que me ha provocado un calambre de la risa han sido las declaraciones de la ministra sobre el mensaje sexista de los clásicos de la literatura infantil. "La cenicienta", "Blancanieves" o "La bella durmiente", por poner un ejemplo, son un auténtico peligro para nuestros niños.

Ayer, alguien que me conoce bien, me ha enviado un artículo de Elvira Lindo, publicado en la sección de opinión del diario El País el 18 de abril, que no tiene desperdicio. El artículo viene a cuento de dichas declaraciones. Mientras leía el artículo, he llegado a pensar que la escritora me conoce de algo porque ha descrito mi infancia al dedillo. Bueno, menos en lo de las costras en las rodillas, que yo, lo confieso, no fui jamás una niña "trasto" más bien fui tranquilita.

Os dejo el artículo de Elvira Lindo a ver si alguien se reconoce. A ver, tened en cuenta que la escritora fue niña, así que los chicos cambiad palabras como "muñecas" y "comiditas" por "camión" y "placa del sheriff" , ya me entendéis.

Blancanieves

MI VIDA, EN DOS PATADAS – Elvira Lindo.

Yo era esa niña que jugaba con muñecas. Esa niña que, en la época remota en que los niños podíamos salir solos a los parques, se bajaba a la plaza paseando a su bebé de plástico en su cochecito de plástico. Yo era esa niña que preparaba comiditas con tierra, la niña que hablaba a su muñeco, le bañaba, le cortaba el pelo y le pedía a sus tías que le hicieran jerséis para el invierno. Yo era la niña que cuando veía a su madre arreglarse le pedía que le pintara los labios, que le pusiera un poquito de perfume detrás de las orejas y que le robaba los zapatos de tacón para disfrutar del sonido maravilloso de los tacones. Esa delicadeza estética y maternal no era cortapisa, queridos amigos, para que fuera la más burra entre las niñas que en el mundo ha habido jugando al churro-mediamanga-mangaentera, un juego tan bestia como el fútbol americano pero sin casco. Yo era esa niña que, con dos costras permanentes en las rodillas, llegaba a casa derrotada de los juegos callejeros, pero como si tuviera una conciencia temprana de que la época del juego se esfuma, no perdía el tiempo: sentaba a mis cinco muñecos en filas como si estuvieran en la escuela y les daba clase. A una de las muñecas le ponía el nombre de una chula de mi colegio y la tenía castigada todo el tiempo contra la pared. Qué placer sentía yo, tan dulce en la vida real, al vengarme de quien tanto me hacía sufrir a mí con sus burlas. Yo era esa niña que leía mucho. Aunque antes de saber leer ya sabía lo que era la literatura gracias a mis tías, que me contaron muchos cuentos. Los clásicos, Garbancito, El enano saltarín, Caperucita o Cenicienta. Aprender a leer fue para mí descubrir el mecanismo por el cual uno escucha un cuento cuantas veces quiera. A los doce años ya tenía pretensiones de adulta y empecé a leer las novelas de mayores. Me interesaban, sobre todo, los argumentos en los que se entrelazaran azarosamente las vidas humanas y, por supuesto, aquellos en los que al final venciera el amor. Cuidado, esto que algunos pudieran considerar cursi no estaba reñido con que empezara a encontrar abusivo eso de que fuéramos siempre las chicas las que limpiáramos la cocina. Como niña inteligente que era, sabía muy bien distinguir entre el mundo de la ficción y el mundo real, y el hecho de que en muchas novelas las heroínas buscaran la felicidad a través del casamiento no había convertido eso en el objetivo de mi vida. En mi adolescencia me hice joven revolucionaria y me propuse leer algunos ensayos de pedagogía, sexualidad, psicología. Como resultado de estas lecturas llegué a la conclusión de que había sido una niña antigua y masacrada por la cultura reaccionaria. Una niña de vergüenza ajena. Según el retrato robot de estos estremecedores ensayos, la niña inteligente era la que optaba por los juegos de acción, prefería jugar con automóviles en vez de con muñecas, no quería ser princesa y se masturbaba desde que tenía uso de razón porque de lo inteligente que era antes de saber dónde estaba Leningrado esa niña ya se tenía localizado el clítoris. Yo hubiera seguido jugando con muñecas hasta tener un niño real entre mis brazos, pero ni por asomo deseaba ser una joven carca. Por fortuna, fui madre jovencísima y, aunque era la época en que se decía que el instinto maternal era una construcción cultural impuesta, yo vivía en secreto mi instinto, mi brutal instinto, era como la loba con su cachorro. Cuando llegó el momento de leerle a la criatura cuentos yo ya me estaba librando, por fortuna, de esa idea de que todo juego y todo cuento han de ser pedagógicos y cumplir estrictas reglas morales. Al niño le gustaban monstruos espantosos, pero la mejor manera de tenerlo encandilado era contarle un cuento clásico. Dada mi experiencia como madre primero y como escritora de cuentos después, me gustaría, en algún momento, ser escuchada por quienes creen que para cambiar la realidad tienen que emplear las tijeras de podar en la literatura infantil. ¿Por qué hay que tener menos respeto a la Cenicienta que a las novelas de Jane Austen, que al fin y al cabo tratan de lo mismo, de mujeres que luchan por salir de una vida miserable gracias al amor y al matrimonio? Los que hayan leído la Cenicienta a un niño se darán cuenta de que el crío no se pone de lado del príncipe por el hecho de ser un varón; el niño, como cualquier lector, se identifica con la protagonista, con la Cenicienta. Igual que las niñas se identifican con el superhéroe. Los niños van siempre con el protagonista, sea del género que sea. Por Dios. Es de cajón. Los cuentos clásicos están hechos de acero, han soportado el paso del tiempo, adiestran al niño en las emociones puras: el amor, el abandono, la pena, el ansia de superación y el triunfo del inteligente contra el bruto. ¿Qué tendrá que ver eso con la violencia de género o la perpetuación de los roles? Siendo autora de cuentos he sufrido muchas veces la falta de respeto que se le tiene a la literatura infantil, pero ya esto de querer meter cuchara en los cuentos clásicos me parece, sobre todo, trasnochado. Añadiría algo más: tengan un poco más de respeto por los juegos de niñas. Que jugar a casitas, a mamás o leer historias de amor no nos hace ni tontas, ni putas, ni sumisas. ¡Sumisa yo!

Al pan, pan….

9 comentarios:

Cantares dijo...

Excelente!!!
Soy de una generaciòn que creciò rodeada de estereotipos, con todos los cuentos clàsicos,loa mensajes "encasilladores" sin embargo se revoleò el delantal de cocina lejos y se vistiò el mejor traje para ir a la oficina, se compitiò con hombres por puestos de jerarquìa, se hizo carrera de nivel terciario y como si fuera poco, se casò, tuvo hijos, los criò.
A la mierd.. con que los cuentos clàsicos dañan,la violencia de gènero, la subestimaciòn, la descalificaciòn de la mujer son temas culturales mucho màs profundos y complejos.
Banalizarlos es irrespetuoso.
Besos

Jose Antonio dijo...

Me encantó, va para twitter, muchos deben de leerlo para entender ciertas locuras.

Un abrazo.

Jose dijo...

Yo soy un hombre de casi 50 años,se cocinar,se fregar,plancho mal pero plancho,y hagos las tareas del hogar y no por ello me considero menos hombre que otro,ah !! y no maltrato a mi mujer y por eso si soy mas hombre que otros muchos.Eso del ministerio de igualdad lo considero la mayor jilipollez que se le puede ocurrir a nadie,si quieren igualdad el gobierno que empieze educando y despues de que eduquen a esos machitos que hay por ahi,la igualdad vendra por si sola,Legislan tonterias que no vienen a cuento pero arreglar el paro y que las mujeres cobren igual que los hombres no lo arreglan y que cuando deciden ser madres no las despidan.Que empiezen por ahi.
Besos

Almudena dijo...

Ni más ni menos Cantares. Yo no soy de la generación que mencionas pero mi madre si. Fueron ella y mi padre los que me educaron para ser una mujer independiente y libre de escoger mi vida. Y curiosamente también fueron ellos quienes me compraron y leyeron esos "peligrosos" cuentos que tanto me gustaban. Y me gustan.

Si antes hablas sobre ello, ¿Eh, Senovilla? ;)

Hombre Jose Manuel, a mí que no me quiten en ministerio que me lo paso pipa. Pero si, a lo mejor si se preocupasen más de a igual trabajo igual salario, si me quedo embarazada no me despiden, si soy mejor y con más conocimientos por qué cobro menos, si me levanta la mano por qué no se la cortan...

Besucos.

Anónimo dijo...

Pues yo sí aprendí bien a ser sumisa, dependiente, poco activa, miedosa... No sé si con los cuentos tradicionales, con los mandamientos y demás añadidos católicos presentados con sello de colegio de religiosas no muy progresistas, con el modelo de mi madre, con la televisión sesentera y setentera... Pero digamos que había una especie de conspiración tácita, una sinergia estupenda, un mundo de valores impermeable, blindado, al cambio.

Y yo me identificaba siempre con la chica, nunca con el chico. Y sólo me gustaban las películas en las que había algo de amor y si terminaban bien.

Y aún así, antes de salir del colegio, ya era bastante contestataria.

Ahora, los cuentos tradicionales casi siempre me han parecido mucho más atractivos que los modernos. Con mi hijo me he hartado a leer todo tipo de cuentos.

Si son tradicionales y machistas, lo son. Así era nuestra tradición también, aunque hubiera estupendas excepciones. Mejor que no los toquen. Ya hay variantes de algunos de ellos que son muy divertidas, pero eso no tiene por qué implicar hacer desaparecer la versión original o no contársela a los niños y a las niñas. Los cuentos tradicionales llevan algo más que machismo, algo que los hace tan atractivos, tan arquetípicos, catárticos...

Machismo para cambiar nos queda a toneladas. En nosotras y en ellos. Tú lo has señalado en parte, Anjanuca. En la esfera íntima, privada, también nos queda mucho.

Muxuku asko, Anajanuca.

Amio Cajander dijo...

me ha gustado el artículo. Si.

Almudena dijo...

Si Anderea, como dices las desigualdades y las injusticias tienen origen en otros estamentos. Pero en los clásicos infantiles...

Es directo y sin tapujos Amio.

Besucos.

Wara dijo...

Pues anda que como a alguien se le ocurra comenzar a quitarles el "peligro" a los cuentos lo llevamos claro. Porque siempre hay alguien que se atreve a todo, por desgracia.

Besos.

Almudena dijo...

Si Wara, ya lo dice el refrán "La ignorancia es la madre del atrevimiento". Con lo saludable que me parece a mí el "peligro" de los cuentos.

Besucos.