martes, 21 de abril de 2009

Mayores.


De mi padre he heredado el gusto por los libros de costumbres, por los refranes y los dichos populares, por las historias, leyendas y anécdotas de las gentes sencillas de los pueblos, y el placer de escuchar a la gente mayor. A lo largo de estos últimos meses he podido disfrutar de todas estas cosas más que un niño con bicicleta nueva, bueno hoy en día quizás sea más acertado decir que he disfrutado más que un niño con PSP nueva.

Escuchar a nuestros mayores está cada vez más en desuso y es una pena porque son muchas las cosas que tienen que contarnos y de las que tenemos que aprender. El paso de los días y cómo los vivimos es una fuente inagotable de experiencia que se acumula en nuestras vidas y creo que esa experiencia es del todo inútil si no se transmite a los demás. ¿De qué sirve tener algo si no lo podemos compartir? Además siempre he pensado que los puntos de vista diferentes a los nuestros son interesantes puesto que puede llevarnos a afirmar nuestras creencias o para replanteárnoslas y poder caminar hacia mejores sendas, o simplemente para hacernos dar cuenta de que una misma pregunta puede tener varias respuestas razonadas con acierto.

Esta Semana Santa me he visto en una de esas situaciones que te hacen pensar que los dos puntos de vista son acertados y que ambos tienen su razón.

Paseando una tarde con mi madre por los caminos de mi pueblo nos encontramos con una vecina que se unió a nosotras. Esta señora, de unos ochenta años, bajita, con la cara llena de arrugas que cuentan la historia de su vida no siempre fácil, de sonrisa dulce y ojos curiosos, no tuvo la oportunidad de estudiar desde niña trabajó duro en el campo y de joven se casó y trabajó aún más duro para “sacar adelante” a su familia. No es una mujer de ciencia ni tampoco de leyes, pero tiene esa sabiduría aprendida de la vida y su vida se rige por unos valores humanos y éticos que ya casi no se ven pero que la gente sencilla y humilde de los pueblos aún conserva e intenta inculcar a sus descendientes. Si para nosotros, ciudadanos de los siglos XX y XXI la vida y sus valores cambian a una velocidad de vértigo no quiero pensar a la velocidad que cambian para alguien de la edad de mi vecina.

Durante el paseo, contaba mi vecina que el día anterior habían enterrado a su hermano mayor y que estaba, además de triste, muy enfadada por el comportamiento de sus sobrinos.

Le pregunta mi madre qué es lo que habían hecho que fuese tan grave y esta fue la respuesta:

- ¡Le han “encenizado”! y encima le han metido en un puchero y le van a tirar por no sé dónde.

Le parecía una actitud del todo irrespetuosa. ¿Dónde lloraría ahora ella la falta de su hermano? ¿Dónde le llevaría ella un ramo de flores el día de su cumpleaños? ¿Por qué no podía su hermano descansar en una tumba a la que ella se pudiese acercar y rezar una oración y apoyar su mano para darle calor y recordarle que nunca le olvida? ¿Realmente lloraría alguien a su hermano, rezará alguien una oración por su alma o por el contrario, al hacerle desaparecer de esa manera, le olvidarían?

Yo, unos cincuenta años más joven, quisiera que, llegada la hora, me “encenicen”. Que parte de mí navegue por las bravías aguas de mi mar Cantábrico y que las olas me dejen en la playa para luego recogerme y llevarme a lejanos países. Que otra parte pueda descansar en los bosques del Cincho, el monte de mi pueblo, a la sombra de castaños y hayas, junto a los corzos, los jabalíes, las ardillas y los pájaros. Quisiera que así fuese para que cuando uno de los míos piense en mí no me eche en falta, que piense que esa brisa que le está rodeando es mi espíritu que llega del mar o del monte para abrazarles y reconfortarles y para sentarse con ellos a disfrutar del color del atardecer.

Así se lo expuse a Carmen, mi vecina, con el ánimo de quitarla el disgusto. Lo entendió igual que yo la entendí a ella.

Dos generaciones completamente distintas, dos puntos de vista diferentes y la oportunidad de habernos escuchado y haber aprendido la una de la otra.

8 comentarios:

fermin dijo...

Pues tienes un huerto que da muy buenos frutos. Si, estoy de acuerdo contigo, hemos de escuchar a nuestros mayores sin apriorismos. Parte de lo que somos-sois, que yo ya empiezo a tener una edad, se lo debemos a ellos. Creo.

Almudena dijo...

Fermín, a pesar de que los dos seguimos siendo unos chavalucos :), si, les debemos a nuestros mayores gran parte de lo que somos.

Anónimo dijo...

Suscribo.

Qué bonito dices, Anjanuca:

"que piense que esa brisa que le está rodeando es mi espíritu que llega del mar o del monte para abrazarles y reconfortarles y para sentarse con ellos a disfrutar del color del atardecer"

Gracias a los dos.

Almudena dijo...

Gracias a tí, Anderea.

Anónimo dijo...

Hermosa narración, la he disfrutado con delectación.
A quedado muy cursi?
Pues que ma gustau muchu ostia.

Almudena dijo...

¡Alma de poeta tienes, Laperdiz!. Gracias.

ILONA dijo...

Llevo muchos años trabajando con ancianos, en diferentes ámbitos. Me encantan, les considero un gran patrimonio humano, muy desvalorizado por esta sociedad tan superficial.

Me ha encantado tu reflexión, Anjanuca.

Almudena dijo...

Hola Ilona, ¡Qué alegría verte por aquí!. Nuestro superficial mundo no nos deja reflexionar en cuánto le debemos a nuestros mayores. Si nos parásemos a pensar un poco más en ellos y un poco menos en nosotros mismos "otro gallo nos cantaría."