No pudo evitar sonreír con ironía cuando el policía del aeropuerto le entregó el pasaporte con expresión amistosa y le deseó una feliz estancia. Hacía ya cinco años que había regresado a su país, después de haber trabajado duro para dar una vida mejor a su hijo. Aún recordaba esas largas horas de sol abrasador debajo de los plásticos recogiendo tomates, y las jornadas de diez horas sobre un andamio, y todos esos pequeños trabajos sin contrato que hubo entre los tomates y el andamio.
Y aquí se encontraba de nuevo, esta vez de visita. Venía a ver a su hijo que estaba estudiando en una universidad que llaman “Complutense”. ¡El primer universitario de la familia! Se le llenaba la boca al decirlo, tenía necesidad de decirlo en voz alta: El primer universitario. Los años duros y el esfuerzo había merecido la pena. No podía evitar estar orgulloso.
La ciudad era la misma: las mismas calles, la misma gente, las mismas tiendas, los mismos parques… La única diferencia era que ahora todo eran felicitaciones, buenos deseos, y gratos recibimientos. Se había convertido en un turista que venía a ver a su hijo, estudiante de ese programa “Erasmus”. Había dejado de ser un inmigrante, un invasor, un maleante, un problema y, de repente, se había convertido en una persona. Cómo cambiaba una palabra la vida.
De nuevo, no pudo evitar sonreír con ironía.
Y aquí se encontraba de nuevo, esta vez de visita. Venía a ver a su hijo que estaba estudiando en una universidad que llaman “Complutense”. ¡El primer universitario de la familia! Se le llenaba la boca al decirlo, tenía necesidad de decirlo en voz alta: El primer universitario. Los años duros y el esfuerzo había merecido la pena. No podía evitar estar orgulloso.
La ciudad era la misma: las mismas calles, la misma gente, las mismas tiendas, los mismos parques… La única diferencia era que ahora todo eran felicitaciones, buenos deseos, y gratos recibimientos. Se había convertido en un turista que venía a ver a su hijo, estudiante de ese programa “Erasmus”. Había dejado de ser un inmigrante, un invasor, un maleante, un problema y, de repente, se había convertido en una persona. Cómo cambiaba una palabra la vida.
De nuevo, no pudo evitar sonreír con ironía.
Foto: Rarindra Prakarsa
Música: "No me llames extranjero" - Rafael Amor.