viernes, 23 de noviembre de 2012

Fuente de Vaqueros 1931

 

Lorca

“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoievski, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

Discurso de Federico García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo. De plena actualidad.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Adiós a Miliki.

"Sin los niños no habría Humanidad.

Por lo cual, la humanidad se debe a los niños."

 

Miliki

Hoy ha sido un día extraño. El sentimiento de pena se ha ido alternando con la sonrisa provocada por la nostalgia y el recuerdo de una niñez feliz. Miliki, ese artista que puso mayúsculas a la palabra “Payaso” llevándola del escenario de un circo al corazón de millones de niños, ha fallecido.

A pesar de los años que han pasado, mi generación sigue recordando con entrañable cariño a “Los payasos de la tele”. Seguimos cantando sus canciones y se las hemos enseñado a nuestros hijos y a los hijos de nuestros amigos y vecinos. Y es curioso como niños completamente ajenos a aquella televisión aprenden esas canciones y se divierten con ellas y cómo disfrutan cuando les muestras un video de los payasos de la tele.

Nací en 1968. En mi época la televisión era en blanco y negro. Sólo había dos canales, la Uno y la Dos, y no todo el día. Recuerdo ir a la cocina a por la merienda que me preparaba mi madre y sentarme puntual frente a la tele para ver a Gabi, Fofó, Miliki y Fofito. La sala de casa se convertía en una grada más del Circo. Desde el sofá respondía a aquel grito de guerra de nuestros payasos “¿Cómo están ustedeeesssss?”, y si alguno de ellos decía “No se oye nada, otra vez ¿Cómo están ustedeeeesss?” entonces me arrancaba las anginas gritando ¡¡¡Bieeeeeeennnnn!!!! , y participaba del programa con auténtica pasión siguiendo sus indicaciones.

Aún recuerdo cómo lloré cuando se murió Fofó y ya no era una niña, tenía quice años. Hoy, tengo cuarenta y cuatro y he llorado por la muerte de Miliki.

Haciendo repaso todo el día de aquellos años del circo de la tele y de “Los chiripitifláuticos” me he dado cuenta de la importancia y la influencia que tiene un buen programa infantil en la educación y la formación de un niño.

Vistos desde hoy, nuestros programas pueden resultar ñoños e incluso arcaicos pero con ellos aprendimos a reír, a cantar, a respetar, a compartir, a soñar, a jugar. En definitiva a disfrutar de nuestra infancia. Y sutilmente también nos enseñaron a contar hasta diez gracias a una gallina que estaba turuleta, a saber dónde estaba la derecha y la izquierda conduciendo con el coche de papá, a luchar contra la tormenta navegando en un barquito de papel.

Y mientras recordaba aquellas canciones, veía videos en youtoube de Gabi, Fofó, Miliki y Fofito, de pronto me ha entrado una pena grande por la pérdida de Miliki pero sobre todo una enorme pena por nuestros niños.

Descansa en paz Miliki. Y gracias, muchísimas gracias.